Drones sobre Polonia: ¿La gota que ha colmado el vaso?

Por Álvaro Peñas y Marzena Kożyczkowska

El pasado 17 de septiembre fue el aniversario de la invasión soviética de Polonia. En virtud del pacto Ribbentrop-Molotov, la Unión Soviética atacaba por la espalda al ejército polaco que se defendía de la invasión alemana. Después llegó la ocupación, la matanza de Katyń en 1940, una nueva traición soviética ante el levantamiento de Varsovia en agosto de 1944 y la imposición del comunismo en Polonia una vez acabada la guerra. Aquella herida, grabada en la memoria colectiva, sigue viva 86 años después. Hoy, las imágenes de drones sobre el cielo polaco o las maniobras militares “Zapad” a lo largo de su frontera resuenan con un eco inquietante del pasado, porque la historia nos enseña una lección inmutable: Poco o nada ha cambiado en el Kremlin.

Polonia se encuentra en el epicentro de una guerra que no se libra solo en los campos de batalla de Ucrania. Es una guerra híbrida, difusa y calculada, que combina ataques con drones, maniobras militares intimidatorias, propaganda y sabotajes. Varsovia lo sabe: el Kremlin no ha renunciado a sus aspiraciones imperialistas y, bajo el mando de Vladimir Putin, ha vuelto con fuerza a un modelo de política despótica y amenazadora. El Centro de Estudios del Este advierte que Moscú sigue utilizando los mismos métodos de la propaganda soviética, ahora amplificados por redes sociales y desinformación digital. La realidad no deja lugar a dudas y los últimos ataques con drones rusos que violaron el espacio aéreo polaco constituyen una prueba tangible de esa amenaza. Pero esta amenaza no es nueva: forma parte de una larga historia de agresiones rusas contra el país.

El 10 de septiembre, Polonia despertó con la noticia inquietante de que diecinueve drones rusos habían penetrado en su espacio aéreo durante la noche anterior. La reacción fue inmediata: cierre de aeropuertos, envío de alertas RCB a los ciudadanos del este del país y el despliegue de la Fuerza Aérea polaca con apoyo de la OTAN (en la operación participaron cazas F-35 neerlandeses, sistemas de defensa antiaérea Patriot alemanes y un avión de vigilancia AWACS italiano). Algunos drones penetraron más 300 kilómetros en territorio polaco y cuatro fueron derribados. ¿Podemos pensar que se trata de un caso aislado? Desde luego que no, este incidente es parte de un patrón. “No se trata de causar destrucción masiva, para no activar el artículo 5 de la OTAN, sino de probar nuestra reacción, nuestras capacidades, pero también provocar confusión”, afirmó el teniente coronel Maciej Korowaj, que subrayó que Moscú redirigió parte de un ataque masivo contra Ucrania hacia Polonia, buscando medir el tiempo de respuesta de los aliados.

Los drones —con un alcance de entre 300 y 600 km— actuaron como señuelos diseñados para saturar los sistemas de defensa. El episodio tuvo incluso un componente desafortunado cuando un cohete de un F-16 polaco, empleado para frenar el ataque ruso, cayó accidentalmente sobre una vivienda en Wyryki, dañando su techo. Por fortuna, no hubo víctimas. Rusia observa, calcula y registra cada reacción militar y política, y su estrategia es muy clara. La incursión de los drones pone a prueba las capacidades de la OTAN, al mismo tiempo que genera alarma en la sociedad polaca y siembra dudas sobre el apoyo a Ucrania. Además, a corto plazo, la presión rusa puede significar una reducción de los envíos de armas antiaéreas a Ucrania, necesarias para hacer frente a estas incursiones.  

Tras los ataques con drones, el Ministerio de Exteriores polaco convocó al diplomático ruso Andréi Ordash, exigiendo explicaciones. La respuesta rusa fue la de siempre: negación y acusaciones contra Kyiv. “El gobierno ruso afirma que los drones rusos violaron por error el espacio aéreo polaco, mientras que el embajador ruso ante la ONU afirma que es físicamente imposible que los drones rusos lleguen a Polonia. ¿Qué mentira rusa debemos creer?”, se preguntó en X el ministro de Asuntos Exteriores polaco Radosław Sikorski. Por supuesto, la propaganda rusa culpó a Ucrania de querer arrastrar a Polonia a la guerra y, al mismo tiempo, difundió versiones que ridiculizaban la reacción de Varsovia. El propagandista Vladimir Soloviov afirmó que Polonia defiende a Ucrania enviándole armas, pero sola no dispone del sistema de rastreo y eliminación de drones, así que sugirió que “Varsovia necesita ‘fabricar’ amenazas para justificar su gasto militar récord”. Una mentira detrás de otra. Como señala el experto del Centro de Estudios del Este, Jacek Tarociński, gracias al sistema de alerta temprana a gran distancia se pudo trazar con precisión la trayectoria de drones que entraron desde Ucrania, por lo que se pudo constatar que los drones empezaron su vuelo desde el territorio ruso y, en algunos casos, atravesaron Bielorrusia. En este país, el monje polaco Grzegorz Gaweł ha sido detenido y acusado de espionaje, en un nuevo caso de persecución contra la Iglesia Católica que es percibida como una “influencia occidental” debido a sus conexiones con Polonia (en noviembre de 2023, el padre Henryk Akaltovich fue condenado a 11 años de cárcel acusado de “espionaje para Polonia y el Vaticano”).

Dos días después, Rusia y Bielorrusia comenzaron las maniobras militares Zapad-25, con la participación de pequeños contingentes de países como Burkina Faso, Congo, Mali, India e Irán. La operación incluyó simulaciones de ataques con misiles balísticos Iskander contra territorio polaco desde Kaliningrado. Como respuesta, Polonia cerró temporalmente los pasos fronterizos con Bielorrusia y desplegó soldados en su frontera oriental. La guerra en Ucrania comenzó con las maniobras Zapad, recordó el ministro de Defensa polaco, Władysław Kosiniak-Kamysz: “Si alguien cree que la guerra no le concierne, que los ataques en el ciberespacio o la desinformación no le conciernen, la noche del martes al miércoles, del 9 al 10 de septiembre de 2025, demostró que todo lo que hace la Rusia neoimperialista al atacar Ucrania también afecta muy directamente a Polonia, al flanco oriental de la OTAN y a toda Europa”. Polonia y sus aliados de la OTAN lanzaron las maniobras Żelazny Obrońca 25 (Iron Defender 25), con más de 30.000 soldados y Lituania anunció el ejercicio Perkūno Griausmas 2025 (Trueno de Perkūnas 2025), en con 17.000 soldados.

En paralelo, Moscú intensificó sus ataques sobre Ucrania. Kyiv fue blanco de misiles contra edificios gubernamentales, sedes de la Unión Europea y hasta el British Council. La escala fue inédita, justo cuando Rusia supuestamente está abierta a negociaciones de paz. La contradicción salta a la vista: ¿cómo hablar de paz mientras se lanzan los ataques más duros de la guerra? La respuesta parece estar en la estrategia rusa que usa el diálogo como arma híbrida, buscando dividir a los aliados, ganar tiempo y terreno. “Con Putin no caben las formas occidentales de mediación”, advierten los especialistas polacos. Y la historia les da la razón: de 1772 a 1939 y hasta 2025, la lógica imperial rusa ha sido siempre la misma. Además, Moscú fortalece sus alianzas en foros como la SCO y los BRICS, junto a China e India, lo que le permite reducir el poder de las sanciones como herramienta de presión internacional y le permite continuar la guerra. El peligro es que, al reforzarse mutuamente, legitimen políticas expansionistas bajo la excusa de la “multipolaridad” y la “resistencia al bullying occidental”. La imagen de tres potencias nucleares unidas manda un mensaje: desafiar el orden internacional liderado por Occidente.

Por si alguien tenía aún alguna duda, el 13 de septiembre un dron ruso sobrevoló territorio rumano durante 50 minutos y, seis días después, tres cazas rusos MIG-31 violaron el espacio aéreo estonio durante 12 minutos, lo que provocó la intervención de dos F-35 italianos para interceptarlos. En los países bálticos, como en Polonia, Rusia libra una guerra híbrida multifacética. Los drones que cruzan fronteras, las maniobras militares en Bielorrusia, la propaganda que polariza sociedades, las provocaciones aéreas en el Báltico y la diplomacia hostil conforman un mosaico de agresiones que buscan desgastar la cohesión europea y probar los límites de la OTAN. Los Estados Unidos y todo Occidente deberían entender que los exagentes del KGB solo entienden la fuerza, como el “peace through strength” prometido por Donald Trump, y que se ríen de las declaraciones solemnes y las palabras huecas.

El exministro de Asuntos Exteriores lituano, Gabrielius Landsbergis, publicó el siguiente post en X: “Rusia escala, no hacemos nada; Rusia escala más, no hacemos nada; Rusia escala aún más, no hacemos nada… chicos, empiezo a pensar que aquí se ve un patrón”. Es cierto, el apaciguamiento no ha funcionado mientras Moscú apuesta por el miedo y las divisiones internas. Por el momento, Polonia ha pedido que la OTAN establezca con urgencia una zona de exclusión aérea sobre Ucrania para prevenir la incursión de drones en el espacio aéreo de los países aliados, una petición que Ucrania hizo durante los primeros meses de la guerra en 2022. Entonces, los aliados se negaron por las amenazas rusas; unas amenazas que Dimitri Medvédev, presidente del Consejo de Seguridad de Rusia, ha vuelto a repetir al afirmar que una zona de exclusión aérea significaría la guerra entre la OTAN y Rusia.

El 23 de septiembre, el presidente polaco, Karol Nawrocki, habló ante la Asamblea General Naciones Unidas: “Nos encontramos en el punto de inflexión de la Historia, en un momento en el que las decisiones que se tomen hoy tendrán consecuencias para las próximas décadas… Tenemos que considerar la situación actual como un campo de batalla por unos principios que pueden decidir sobre el futuro de nuestra civilización. Creo que este es el último momento para tomar medidas concretas”. Tras señalar que para Rusia, naciones enteras son propiedad colonial”, afirmó que estamos empezando a experimentar el imperialismo ruso de nuevo en nuestras tierras”, en referencia al ataque de los drones rusos, y aseguró que Polonia siempre reaccionará adecuadamente y está dispuesta a defender su territorio. En el canal Fox Business, Nawrocki dijo que Polonia sufre una guerra hibrída por parte de Rusia y que responderán a cualquier agresión que viole su espacio aéreo o sus fronteras.

El que también se mostró partidario de derribar cualquier avión militar ruso que viole el espacio aéreo de los países miembros de la OTAN, fue el presidente estadounidense, Donald Trump, que mantuvo una reunión con el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky. Trump ha sorprendido con un post en el que señaló los graves problemas económicos de Rusia, a la que calificó de tigre de papel” por su desempeño militar, y que Ucrania puede ganar la guerra y volver a sus fronteras originales: Con tiempo, paciencia y el apoyo financiero de Europa y, en particular, de la OTAN, las fronteras originales de donde partió esta guerra son una opción muy factible. ¿Por qué no?” Este giro de 180 grados de Trump parece motivado por dos razones: Por un lado, el hartazgo ante el juego del gato y el ratón de Putin, que no tiene ninguna intención de parar la guerra, por otro, la eficaz campaña ucraniana contra las refinerías rusas, que abre un interesante escenario para las exportaciones estadounidenses de hidrocarburos. Seguiremos suministrando armas a la OTAN para que la OTAN haga lo que quiera con ellas”, concluye Trump.

Para muchos, sobre todo en los países fronterizos con Rusia, la incursión de los drones rusos sobre Polonia ha sido la gota que ha colmado el vaso. Un recordatorio de lo que está por llegar si Ucrania es derrotada y de que la amenaza es muy real, pero las declaraciones de condena no sirven de nada sin acciones, porque el movimiento se demuestra andando. La OTAN tiene la oportunidad de tomar la iniciativa, o esperar a la próxima provocación rusa.

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