El discurso de Mario Draghi en Rimini ofreció el pretexto para relanzar la vieja receta de los «Estados Unidos de Europa»: más integración, menos soberanía, más Bruselas. Una visión que, tras el velo de la eficacia, significaría entregar definitivamente la vida política, económica y social del continente a tecnócratas no elegidos.
Cuando Mario Draghi habla, en los palacios de Bruselas hay quien toma notas. No tanto los ciudadanos, que llevan años mirando a la Unión con creciente escepticismo, sino los grises arquitectos de la tecnocracia, los burócratas y los grupos de reflexión que trabajan en la sombra. Una frase de su discurso en la Reunión de Rimini bastó para desatar el aplauso casi unánime del frente eurofederalista: periódicos, comentaristas y políticos dispuestos a convertir sus palabras en un nuevo mantra.
Todo un establishment soñando con los Estados Unidos de Europa, enmascarando bajo los elogios de Draghi la enésima cesión de soberanía nacional.
Creemos que el camino es el contrario: no un superestado centralizado, sino unaEuropa confederal que devuelva el poder de decisión a los pueblos y a sus gobiernos, dejando sólo las grandes cuestiones -política exterior, defensa común, seguridad energética- a la cooperación.
Desde Più Europa en Italia hasta Macron y amplios sectores de la Comisión, pasando por los grupos parlamentarios proeuropeos más radicales, la propuesta es siempre la misma: quitar la voz a los Estados e imponer el principio de «voto por mayoría cualificada» incluso en política exterior y defensa.
Es el legado ideológico del Manifiesto de Ventotene, que pedía la abolición de las naciones soberanas. Pero tras años de centralización, los resultados son claros: déficit democrático, pérdida de competitividad, ampliación de la burocracia.
Según el estudio El Gran Restablecimiento (MCC y Ordo Iuris, 2025), la UE se ha transformado en una entidad casi estatal, capaz de imponer sanciones financieras a los Estados miembros, ampliar sin límites la jurisdicción del Tribunal de Justicia e imponer ideologías mediante reglamentos y «valores europeos» no negociados.
El resultado es una Unión que asfixia a las economías con reglamentos excesivos, socava las identidades nacionales y se muestra incapaz de responder a las crisis migratorias o geopolíticas.
Una nueva Europa de las Naciones
La propuesta de los conservadores es clara:
- La soberanía nacional frente a la primacía europea
- Las Constituciones Nacionales frente al Jurisdiccionalismo del Tribunal de Justicia
- El Consejo Europeo en el centro de las decisiones, no la Comisión
- Cooperación flexible: un modelo «a la carta» que permita a los Estados unirse sólo a aquellos proyectos que sirvan a sus intereses.
- Defensa común y política exterior compartida, pero bajo dirección intergubernamental, no burocrática.
Esta es la alternativa al centralismo: una Europa que coopere allí donde sea necesario, sin aniquilar pueblos e identidades.
Quienes hoy piden más Europa en sentido federalista -desde los Magos hasta los círculos de Bruselas- proponen en realidad la rendición definitiva a la tecnocracia. Nosotros respondemos con una visión diferente: una Unión confederal, enraizada en la soberanía de los Estados, capaz de defender a los europeos sin sustituirlos.
No «Estados Unidos de Europa», sino Comunidades de naciones libres: ésta es la verdadera respuesta conservadora a la crisis del continente.