En el corazón de las Montañas Rocosas, en Kananaskis, mientras el mundo contiene la respiración ante la escalada en Oriente Próximo y el imparable desgaste del frente ucraniano, Italia se presenta en la cumbre del G7 no como espectadora, sino como actriz central del nuevo orden occidental. Giorgia Meloni ya no es la líder emergente que los medios de comunicación mundiales se esforzaron tanto en descifrar. Es una fuerza estabilizadora. Una mediadora. Un pivote estratégico.
El escenario geopolítico: entre crisis y realineamientos
El G7 de 2025 se inaugura en medio de una tormenta perfecta: la crisis entre Israel e Irán ha reavivado el polvorín de Oriente Próximo, con atentados en Tel Aviv y Jerusalén y una tensión creciente en torno a la cuestión nuclear. En el flanco oriental, la guerra de Ucrania entra en una fase incierta, entre el estancamiento militar y el endurecimiento diplomático.
Sin embargo, lo que destaca en este escenario es la ausencia. Ningún gran discurso de la Comisión Europea, ninguna iniciativa formal de París. Es Italia la que se mueve. Meloni llega a Canadá con una línea clara: defensa de los intereses nacionales, credibilidad atlántica y visión pragmática. En resumen: realismo, no ideología.
«El camino más estrecho de la mediación» titula Corriere della Sera, destacando la posición de Italia entre Europa, Estados Unidos y Oriente Próximo.
Diplomacia bilateral: la red silenciosa del poder
En Kananaskis, Meloni teje su diplomacia a través de reuniones bilaterales clave. Con Friedrich Merz, el nuevo Canciller alemán, relanza un eje Italia-Alemania basado en la competitividad, la industria y la migración. Ambos anuncian una cumbre intergubernamental en Roma en 2026: una señal inequívoca de liderazgo conjunto en el corazón de Europa.
Después es el turno de Keir Starmer, el nuevo Primer Ministro británico. Meloni y Starmer convergen en Ucrania, energía y seguridad, pero es en el programa GCAP -el caza de nueva generación- donde se consolida la cooperación estratégica. Un proyecto italo-anglo-japonés que define la defensa europea del futuro.
Ambas conversaciones revelan una constante: Italia como socio fiable y constructivo, capaz de combinar firmeza en los principios y apertura al compromiso. Roma se presenta como una «bisagra funcional» entre las dos orillas del Atlántico.
«Meloni trabaja por la desescalada, pero no renuncia a la disuasión», escribe La Verità, insinuando también la posibilidad de que Italia relance las negociaciones sobre la cuestión nuclear iraní
La tabla de los Grandes: el compás romano
En el centro del G7 está el incendio de Oriente Próximo. Il Giornale habla de un «Oriente Medio en llamas», donde el conflicto Israel-Irán amenaza toda la arquitectura de la seguridad energética mundialRevisión. Meloni se propone como una voz de equilibrio: ninguna ambigüedad en el apoyo a Israel, pero también una firme exigencia de tregua inmediata y de reanudación del diálogo multilateral.
La postura italiana llama la atención por su autonomía y credibilidad. Según diversas fuentes, Meloni ha iniciado contactos directos con Washington para facilitar conversaciones confidenciales con el presidente Trump, en un momento de «desalineamiento tácito» entre Roma y Bruselas. Un gesto que confirma cómo Italia se mueve hoy como protagonista geopolítico, con una agenda construida sobre el terreno, no en las redacciones de los think tanks.
Mientras tanto, el ministro de Asuntos Exteriores Tajani trabaja discretamente con los embajadores para incluir la tregua en las declaraciones finales del G7, mientras el frente ucraniano sigue bajo vigilancia especial, con Zelensky presente y decidido a conseguir nuevas sanciones contra Moscú.
Una nación adulta en el concierto de poderes
La cumbre de Kananaskis consagra un salto cualitativo en la presencia de Italia en el equilibrio internacional. No es sólo la «buena voluntad» lo que marca la diferencia, sino la capacidad -todavía escasa en Europa- de transformar los valores en estrategia y la visión en acción. En un momento en que la globalización se reorganiza por bloques, Meloni demuestra que Italia puede ser una bisagra y no un amortiguador, una potencia mediadora y no un peón secundario.
La presión para un cara a cara con Trump, la convergencia con Starmer y Merz, la línea firme pero dialogante sobre Israel y Ucrania, son todos movimientos de un diseño más amplio: hacer de Italia un país adulto en su política exterior. Sin complejos, sin servilismos, pero también sin ilusiones.
El mundo está cambiando. Y mientras muchos persiguen el cambio, Giorgia Meloni lo prepara.