El auge de la AFD en Alemania no es fruto de la casualidad.

Las elecciones en los dos estados federados de Alemania Oriental, Turingia y Sajonia, comparables a grandes rasgos con nuestras consultas regionales, han desestabilizado el marco político nacional, o mejor dicho, federal alemán. El partido Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD), considerado de extrema derecha, se convirtió en la primera fuerza política en Turingia y nunca antes había obtenido el primer puesto en un Land. En Sajonia tampoco le fue nada mal a esta formación, que quedó en segundo lugar, pero con una distancia mínima en términos porcentuales respecto al primer partido, los democristianos de la CDU.

En cambio, tanto en Turingia como en Sajonia, les fue mal a todos los partidos de izquierda, desde los socialdemócratas del SPD, el partido del canciller Olaf Scholz, hasta los Verdes e incluso los comunistas de Linke, minados además por su escisión Sahra Wagenknecht, que ha creado un movimiento, el BSW, centrado en su persona y su nombre. Las repercusiones de esta votación han llegado inevitablemente a Berlín, dado el hundimiento del SPD. Desde la AfD se pide al canciller Scholz que haga las maletas. Es improbable que el canciller se marche, pero no cabe duda de que no puede ignorar el severo rechazo a su partido y a su Gobierno. Hay razones internas que explican el resultado de estas elecciones. Sin embargo, el éxito de la AfD debe enmarcarse en un contexto europeo más amplio, no solo alemán, y no puede calificarse como un acontecimiento inesperado que se ha materializado de repente en el planeta Tierra.

Alternativa para Alemania ha dado la campanada en Turingia y Sajonia. Sin embargo, esta entidad política lleva unos años en continuo ascenso y, en las recientes elecciones europeas, fue capaz de condenar al SPD de Scholz a una primera humillación electoral. ¿Por qué una alianza considerada populista y extremista se lleva tantos votos y otras fuerzas similares a la AfD lo hacen igual de bien aquí y allá en el Viejo Continente? La respuesta se conoce desde hace al menos una década, pero algunas de las élites dirigentes europeas tratan constantemente de eludirla, solo para acabar fortaleciendo a sus más acérrimos oponentes. Los pueblos de Europa, todos ellos, de norte a sur, de este a oeste, llevan tiempo enviando innumerables señales de su profundo descontento con una Unión Europea burocratizada, alérgica a la voluntad de los ciudadanos, marcada por decisiones y directivas —piénsese en la imposición dirigista de la transición ecológica— adoptadas desde arriba por un reducido número de personas y insuficientes frente a las migraciones clandestinas masivas y la protección de las fronteras exteriores del continente. Y, sin embargo, ciertos sectores del establishment político, las distintas izquierdas, los dirigentes como el presidente francés, Emmanuel Macron, y el propio Olaf Scholz, siguen impertérritos sin hacer caso a las cada vez más ensordecedoras sirenas de alarma y siguen adelante con operaciones palaciegas como la que llevó a la reelección de Ursula von der Leyen.

No es casualidad que los partidos más perjudicados hayan sido incluso los de la llamada mayoría ucraniana en Turingia y Sajonia. La frustración popular se canaliza allí donde puede, ante lo que ofrece el mercado político. En Alemania, alimenta a un partido como AfD y también al recién nacido movimiento personalista de la escisión de Linke por parte de Sahra Wagenknecht, que, aunque procede de la izquierda, lucha contra la degeneración verde y la inmigración no regulada. Pero, en otras circunstancias, como sucedió en Italia en 2022 con la victoria de Giorgia Meloni y Fratelli d’Italia, el innegable deseo de una Europa nueva y diferente se ve satisfecho por el conservadurismo patriótico, que apunta a la confederación de naciones europeas, la única salida del callejón sin salida de la UE querida por Macron y Scholz. Sin embargo, este último lleva a cabo una batalla pragmática, sin saltar a la oscuridad, especialmente en el plano financiero y monetario, y sin mirar hacia atrás a la década de 1930.