Sánchez, un Giuseppi bailando flamenco

La Alianza Atlántica, que engloba a Norteamérica, Europa y Turquía, conteniendo en su seno una pluralidad de naciones y muchas diferencias, no es ciertamente un monolito y en el marco de la coalición militar occidental se debaten a menudo opiniones que pueden incluso divergir, sin embargo, no pueden surgir ni surgen divisiones en cuanto a los pilares que sostienen la Alianza y sus valores fundacionales, como la defensa mutua en caso de ataque de uno de los Estados miembros, tal y como establece el Artículo 5 del Tratado de la OTAN.

Y si existe un acuerdo sobre la cuantía de la contribución a la que deben atenerse los miembros de la coalición en términos de gasto militar, todos los gobiernos de los países de la OTAN están obligados a trabajar para respetar la decisión mayoritaria. De hecho, se ha establecido que cada nación miembro debe tratar de invertir el 5% de su PIB en defensa, y aparte de la España del Primer Ministro socialista Pedro Sánchez, todas han acordado comprometerse con este objetivo, empezando por Italia, donde la Primera Ministra Giorgia Meloni ha asegurado al Parlamento que el gobierno no eludirá su deber de aportar nuevos recursos en el seno de la OTAN y de Europa, porque si un país no piensa en su seguridad militar, está fatalmente destinado a ceder la protección de sus fronteras y ciudades a terceros, y con ello grandes parcelas de soberanía.

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ha sido muy inflexible con España, a la que no concede exenciones, pero el presidente del Gobierno español, Sánchez, como declaró hace unos días, sigue sin considerarse obligado por el compromiso del 5% del PIB en gasto militar dentro de la Alianza Atlántica. Con el conflicto de la franja de Gaza, lo que está ocurriendo en Irán y la guerra de Ucrania, que en cualquier caso continúa por culpa de un Vladimir Putin que va de que la antigua república soviética es toda suya, es precisamente el momento histórico en el que la OTAN no puede permitirse divisiones y particularismos.

Pero el PM Sánchez evidentemente no ve la cohesión de Occidente como un valor, y de hecho, el líder socialista español ya ha demostrado en alguna ocasión que no le importan las relaciones transatlánticas, anteponiendo provincialmente su distancia política y humana con Donald Trump al vínculo EEUU-UE, que se mantiene con respecto a presidentes y primeros ministros que están de paso. Y también ha demostrado que tiene debilidad por las autocracias antioccidentales, como China, donde inmediatamente se apresuró a pedir consejo e instrucciones tras el primer anuncio de aranceles de EEUU a aplicar a Europa.

En lugar de exigir, como hubiera debido, que la Casa Blanca abriera una negociación euro-estadounidense destinada a evitar una guerra comercial deletérea, Sánchez se refugió, sin pensárselo dos veces, en los brazos de Xi Jinping. Rechaza el aumento del gasto militar no porque le inspire una visión bucólico-pacifista, sino porque prefiere que Occidente y la OTAN se muestren vulnerables frente a sus enemigos, vitoreando de forma más o menos rastrera a estos últimos. Es el planteamiento de mala fe de los antioccidentales de Occidente, de los José Condes de nuestra casa. Pedro Sánchez es un Giuseppi en salsa española.

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