China advierte a la UE de que se mantenga al margen del conflicto marítimo Pekín-Manila

Tal como estaba previsto, China no tiene intención de permitir a sus vecinos transitar por los espacios marítimos que controla. No hace mucho hubo una disputa entre Filipinas y la RPC por la navegación en aguas controladas por Pekín. Esta vez, son las instituciones de Bruselas las que están en el punto de mira del Dragón, culpables de reprenderle por su pretensión de monopolio sobre las zonas náuticas asiáticas. La delegación china parece no haber digerido en absoluto las críticas, devolviéndolas al remitente con la advertencia de evitar en el futuro cualquier intromisión en el asunto.

Del gigante asiático por excelencia sólo cabe esperar una reacción así: por otra parte, sus reivindicaciones de propiedad territorial se han convertido en objeto de discusión para casi todos los Estados europeos y occidentales en general. De hecho, Australia, Japón, Taiwán y, por supuesto, Estados Unidos de América también han intervenido en la última diatriba con Manila.

Sin embargo, la petición de la UE no era en absoluto una provocación, sino más bien un intento de mediar para evitar posibles conflictos futuros en el continente asiático. La cerrazón diplomática de la República Popular China no es, desde luego, un punto fuerte; de hecho, a largo plazo, este aborrecimiento de las opiniones externas no hará sino debilitar sus connotaciones y la visión que los demás países tienen de ella. Resulta curioso cómo Pekín y su industria pretenden intervenir en otros lugares, pero se muestran casi totalmente reacios a acoger en su suelo a empresas extranjeras. Las últimas noticias reflejan exactamente el interés unidireccional de la RPC: el creciente uso del Poder Dorado por parte de los Estados occidentales podría llevar al Estado chino a amenazar con repercusiones y hostilidad hacia el Mundo Libre.

No hay equidad ni búsqueda de acuerdo con Filipinas para evitar las grandes hostilidades temidas hasta ahora. Sin embargo, esto no es sorprendente por el fondo de la cuestión, ya que casi todos los Estados orientales vecinos de China mantienen malas relaciones con ésta. El ejemplo más flagrante de los desencuentros es precisamente la isla de Taiwán, que siempre ha sido un sueño de reconquista para el gobierno comunista chino, interesado sobre todo en su situación estratégica y en alejar la influencia occidental de los alrededores.

La posibilidad de un futuro conflicto acalorado entre los dos contendientes, o con otros países vecinos del este, no debe subestimarse en lo más mínimo: la historia nos enseña cómo un escenario inesperado aún puede suceder a pesar de la baja probabilidad. Hace 10 años, pocos habrían imaginado la escalada del conflicto entre Rusia y Ucrania, pensando que se trataba solo de una trifulca destinada a terminar con la anexión del Donbass a la Federación Rusa.

Tras la venenosa respuesta de China a las instituciones europeas, habría que tomar nota de las verdaderas intenciones de los interlocutores orientales con los que merece la pena relacionarse y mantener una cooperación mutua y fructífera a largo plazo. Si la representación china cree que el intento de proteger la libertad de navegación es una especulación real que perjudica tanto a la UE como a la comunidad internacional, habría que preguntarse también por el peligroso método de comunicación del país asiático analizado. El expediente globalista utilizado en este caso por China, no es más que un intento de hacer aparecer a la otra parte como desestabilizadora del orden político internacional, a pesar de saber que están en un error después de lo establecido en 2016 por la Convención de la ONU sobre el «Derecho del Mar».

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