Giorgia Meloni, la mejor política exterior para Italia.

La de Giorgia Meloni ha sido quizá la visita más breve e inesperada que un jefe de Gobierno italiano haya realizado nunca a los Estados Unidos de América. La estancia de la primera ministra en Florida, concretamente en la residencia privada del presidente Donald Trump en Mar-a-Lago, duró apenas cinco horas, y es comprensible cómo la número uno del Palazzo Chigi pasó más tiempo en el avión, entre el viaje de ida y el inmediato de vuelta, que en el Estado del Sol. Pero fueron cinco horas importantes, ocupadas por el enfrentamiento entre Roma y Washington sobre temas sensibles y de actualidad como Ucrania, Oriente Próximo y los aranceles destinados a regular el comercio transatlántico. Es más, como informaron con razón muchos periódicos, tanto estadounidenses como italianos, el primer ministro Meloni eligió el bombardeo en Estados Unidos, anticipando un encuentro cara a cara con Trump sin esperar a reunirse con el presidente hasta el 20 de enero, fecha de su toma de posesión oficial en la Casa Blanca, para tratar y resolver el asunto de la periodista italiana Cecilia Sala, detenida en Irán y ahora recluida en la prisión de Evin, en Teherán.

El caso Sala está entrelazado con el de Mohammad Abedini Najafabadi, ingeniero iraní de 38 años detenido y arrestado en el aeropuerto de Malpensa a petición de la justicia estadounidense. Abedini, junto con un cómplice detenido en las mismas horas en Estados Unidos, está acusado por los fiscales del Tribunal Federal de Boston de conspiración y de enviar componentes electrónicos desde Estados Unidos a Irán, violando las leyes estadounidenses de control de las exportaciones y las sanciones aplicadas por Washington a la República Islámica. Abedini también está acusado de suministrar material ilícito al Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, el conocido Pasdaran iraní considerado una organización terrorista por las autoridades estadounidenses. Básicamente, la acusación de conspiración para cometer actos de terrorismo pesa sobre este ciudadano iraní, actualmente confinado en la cárcel de la Ópera de Milán, y Estados Unidos reclama su extradición. Al ingeniero de Teherán se le considera responsable de un ataque con drones contra una base estadounidense en Jordania en el que perdieron la vida tres militares estadounidenses. El encarcelamiento de Cecilia Sala en Irán se juzga como un chantaje infligido a Italia, culpable de detener a Mohammad Abedini Najafabadi en el aeropuerto de Malpensa.

La periodista sirvió de moneda de cambio para intentar intimidar a Italia para que liberara a Abedini, a pesar de que los dirigentes de la República Islámica niegan esta reconstrucción. El Gobierno italiano y quienes lo dirigen no están permitiendo que los ayatolás dicten la agenda en Roma, y al mismo tiempo están haciendo lo imposible por traer a casa a Cecilia Sala, que sin duda está pasando días dramáticos en una prisión como la de Evin, donde se encarcela y a menudo se tortura a los opositores políticos de la teocracia iraní, y de ello hay plena conciencia en el Palazzo Chigi. No es casualidad que Giorgia Meloni se haya apresurado a ir a Florida para ver a Donald Trump, aunque sólo sea para un breve encuentro, porque no hay tiempo que perder.

El primer ministro Meloni, que representa la mejor política exterior que puede tener Italia en este periodo histórico, deseaba un contacto directo con el presidente estadounidense, dadas las implicaciones americanas y el caso Abedini, vinculado a la detención de Cecilia Sala en Irán, para intentar desenredar el enredo ante todo con un amigo y aliado como Trump, sin dejarse condicionar por el chantaje iraní y sin subestimar el alcance de las amenazas internacionales de la dictadura religiosa de Teherán y de sus hombres dispersos por el mundo con intenciones muy poco pacíficas. El equilibrio es ciertamente delicado, y Giorgia Meloni se mueve en la dirección de conseguir que la periodista regrese a su patria evitando al mismo tiempo ceder peligrosamente a las barrabasadas integristas.

Otros, en el lugar de este primer ministro, y pensemos, por ejemplo, en un antioccidental declarado como Giuseppe Conte, no se habrían preocupado del peligro de dar, más o menos indirectamente, una mano a los Pasdaran, que delinquen fuera de las fronteras iraníes por cuenta de los ayatolás, y ya habrían liberado a Abedini sólo para propagar su falsa e hipócrita utilidad de bravucón para hacer volver a nuestros compatriotas detenidos en el extranjero. Hay que hacer todo lo posible, sobre todo ante una detención en un país como Irán, pero no se puede hacer una genuflexión ante los carceleros.

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