Vigilancia que se convierte en censura: La advertencia de Snowden ignorada por Occidente

Edward Snowden, el joven informático que conmocionó al mundo en 2013 con sus revelaciones sobre la vigilancia masiva, justificó su decisión afirmando que «renunciar a la privacidad porque no tenemos nada que ocultar es como renunciar al derecho a hablar porque no tenemos nada que decir.» Una frase que hoy, en pleno declive de las democracias occidentales, resulta dramáticamente profética.

El contenido que se desprende hoy de la carta enviada por Mark Zuckerberg al presidente del Comité de Justicia de la Cámara de Representantes de EE.UU. no hace sino confirmar lo que los Archivos Twitter publicados por Elon Musk ya revelaron hace dos años: las plataformas sociales no son simples espacios neutrales de comunicación, sino poderosísimos instrumentos de censura y manipulación de la información. A pesar de la gravedad de los hechos, los principales medios de comunicación siguen ignorando o minimizando deliberadamente estas dinámicas, dejando a la población en la oscuridad sobre hasta qué punto las grandes tecnológicas son cómplices de un control ideológico que va mucho más allá de lo que predijo Orwell.

La carta de Meta pone de relieve cómo, durante la pandemia, la administración dirigida por Joe Biden y Kamala Harris ejerció presión para censurar contenidos que iban en contra de la narrativa oficial. Este comportamiento no es solo una repetición de las acciones vistas con los Archivos de Twitter, en los que Twitter, bajo la presión de las agencias gubernamentales, silenció sistemáticamente voces conservadoras e historias incómodas, como la del portátil de Hunter Biden, afectando sustancialmente al resultado de las elecciones de 2020. Presiones que demuestran una deriva polarizadora que supera con creces las preocupaciones orwellianas, estableciendo una nueva forma de bipolaridad que sustituirá a la actual (pueblo vs. establishment) nacida entre 2015 y 2016, a caballo entre el Brexit y la victoria de Trump.

A lo que nos dirigimos es a una división aún más aguda, porque ya no se basa en los ejes políticos tradicionales, sino en la institucionalización de la censura sistemática de las opiniones que no se ajustan a la narrativa oficial. Es la concretización de la dictadura del pensamiento único que ya vemos en acción en todo Occidente. Ya a principios de los años 2000, me resultaba evidente la imbricación entre información y comunicación, un fenómeno perfectamente comprendido por la izquierda y el establishment globalista.

No es casualidad que el lema – «No odies a los medios, conviértete en los medios»- que la plataforma de extrema izquierda Indymedia acuñó a principios del nuevo milenio represente a la perfección la génesis de la actual dictadura mediática. Entender que el control de la información equivale al control de la comunicación ha permitido a la izquierda y al establishment globalista monopolizar el discurso público, convirtiendo a los medios en herramientas de propaganda en lugar de espacios para el debate libre y plural.

Este solapamiento ha conducido a un dominio absoluto de la información por parte de unas pocas entidades, que dictan qué ideas pueden debatirse y cuáles no. La nueva división bipolarizada no solo enfrenta al establishment y a las personas, sino que discrimina las propias ideas, creando un entorno en el que cualquier opinión que no se ajuste es etiquetada automáticamente como desinformación u odio. Este fenómeno se ve alimentado por algoritmos que favorecen determinados contenidos y políticas corporativas que deciden arbitrariamente lo que merece visibilidad.

La censura preventiva, disfrazada de «moderación de contenidos» o «protección de la seguridad pública», es una amenaza directa a nuestra libertad de expresión. Es una forma de control que va mucho más allá de la mera vigilancia: decide lo que podemos y no podemos decir, limitando no sólo nuestra libertad de expresión sino también nuestra capacidad de pensar libremente. Este control ideológico cuenta con el apoyo de una izquierda globalista que, a diferencia de los tiranos del pasado, enmascara su dictadura tras el velo de la democracia y la justicia social.

La carta de Meta, así como los Archivos de Twitter, demuestran cómo las grandes tecnológicas son cómplices de un sistema que censura y manipula la información para mantener una narrativa única e incuestionable. Esta alianza entre gobiernos dirigidos por globalistas y plataformas sociales crea un entorno en el que la libertad de expresión se convierte en un privilegio, no en un derecho fundamental. La censura preventiva no solo reprime la disidencia, sino que crea una realidad paralela en la que solo pueden prosperar las ideas aprobadas, eliminando cualquier posibilidad de verdadero debate y pluralismo.

El nuevo bipolarismo basado en la discriminación de ideas conducirá inevitablemente a una sociedad aún más marcadamente dividida. Este modelo de sociedad es tóxico y peligroso, ya que socava los fundamentos mismos de la democracia, que se basa en el libre intercambio de ideas y el respeto de las diferencias, mientras que la dictadura del pensamiento único está convirtiendo Occidente en una inmensa cámara de eco donde la libertad de expresión se sacrifica en el altar de la homologación ideológica.

A Edward Snowden se le atribuye el mérito de arrojar luz sobre una oscura realidad: el «totalitarismo tecnológico», una forma de control que supera todos los precedentes históricos en eficacia y omnipresencia. Los más de 13.000 documentos de alto secreto que hizo públicos mostraban cómo la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) había creado una red de vigilancia capilar capaz de interceptar y controlar todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. No se trata sólo de escuchar nuestras conversaciones o leer nuestros correos electrónicos, sino de un control total, que puede incluso observar los movimientos de nuestros ojos y labios mientras leemos un libro en nuestro smartphone, que puede registrar cada uno de nuestros pasos, cada uno de nuestros pensamientos.

Un poder tan vasto que avergüenza a las más oscuras pesadillas distópicas. La indiferencia con la que la mayoría de la gente ha acogido las revelaciones de Snowden es una prueba de la degradación cultural y moral que el circuito dominante ha logrado inculcar en nuestra sociedad.

Desde aquel fatídico 2013, he contado la historia de Snowden a miles de personas, en decenas de reuniones públicas. Y cada vez me he enfrentado a la misma cruda realidad: solo una ínfima minoría conocía su historia. ¿Cómo es posible, me pregunto, que un hombre que lo sacrificó todo para advertirnos contra el peligro del control total sea tan ignorado, tan olvidado? Probablemente porque aceptar su verdad significaría reconocer nuestra debilidad, nuestra complicidad pasiva en un sistema que nos está privando lentamente de todo derecho, de toda dignidad.

A lo que nos enfrentamos es a una batalla por el control de nuestras mentes y almas. Quien controla la información controla la realidad misma. Y hoy, ese control está en manos de unos pocos, que deciden lo que podemos saber y lo que debemos ignorar. Es una batalla que va más allá de la simple defensa de la privacidad: se trata de defender nuestra capacidad de pensar, de disentir, de ser verdaderamente libres.

En este contexto, la figura de Elon Musk emerge como una especie de baluarte contra esta tendencia opresora. Con la publicación de los Archivos de Twitter y su lucha por liberar la plataforma de las trabas ideológicas que la asfixiaban, Musk ha demostrado que aún es posible oponerse al pensamiento único, que aún es posible defender la libertad de expresión. Sin embargo, la reacción de la Unión Europea, con su amenaza de cerrar X si Musk no cumple las normas de la Ley de Servicios Digitales, y la detención del CEO de Telegram, Pavel Durov, en Francia, muestran lo mucho que está en juego. La libertad de expresión está siendo atacada no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa, y sólo una decidida resistencia cultural y política puede salvarla.

Es una verdadera lucha por la libertad de pensar, de expresarnos, de ser nosotros mismos. Es la lucha por no convertirnos en autómatas controlados por un poder que nos quiere silenciosos y obedientes. Snowden nos ha mostrado el camino; depende de nosotros decidir si lo seguimos o nos resignamos a nuestro destino. Si queremos salvar Occidente, si queremos preservar nuestra libertad, debemos tener el valor de luchar, de decir la verdad, de resistir al control.

La advertencia de Cincinnatus (el nombre en clave utilizado por Snowden, Ed.) es clara: renunciar a la privacidad es renunciar a la libertad. Pero hoy debemos añadir otra advertencia: aceptar la censura es aceptar la esclavitud. No podemos permitírnoslo. La libertad de expresión no es un lujo, es una necesidad. Es la base sobre la que se construye toda sociedad libre. Y es nuestro deber defenderla, hoy más que nunca.